El camino a Delfos
Al mostrarse la Aurora temprana de dedos de rosa desperté en el hotel Kalafati, y comenzó así el día más importante de mi viaje, y uno de los más importantes de mi vida: el camino a Delfos.
Emocionado, desayunando en el hotel, cerca de iniciar el gran viaje.
En estos días me siento un poco como Aragorn, sentado en un rincón, en silencio, con mis greñas y mi ropa mugrienta.
Caminé hacia el viejo puerto de Kirra, descansé brevemente en las ruinas del antiguo puerto, y comencé a andar por el viejo camino, el mismo que los peregrinos seguían hace miles de años (cinco mil años, indicaban los mismos letreros que marcaban el camino). Al principio era un camino rural, por el que podían pasar incluso coches, que cruzaba campos de olivos cercanos a Itea. Vi allí a pastores, a varias personas recogiendo olivos, me crucé con un par de automóviles y un ciclista. Pero pronto el camino comienza a ascender, y se convierte en una senda estrecha y difícil. Seguramente en la época clásica sería más fácil, aunque fuera sólo por la erosión de miles y miles de personas caminando por ella.
La sensación era poderosa: el Mar de Olivos de Apolo rodeándome, el mar detrás de mí, Delfos acercándose poco a poco en las montañas. Y el saber dónde estaba, quiénes (todos) habían seguido ese mismo camino. Y el reto físico, ascender la montaña con la enorme mochila a cuestas, una ordalía, creciendo a cada paso. Y, poco a poco, la sensación de lo divino abriéndose paso, la certeza de estar en una tierra sagrada.
A mis pies el mar de olivos de Apolo. Y sobre mí, ahora comienzo a verlo, Delfos, el centro del mundo.
Pero esta tierra que piso ahora es del Gran Dios Pan. Él también está aquí, noto su presencia, le oigo respirar.
Como plegaria, recito el Footnote to Howl.
Crucé luego Crisos, que en otros tiempos fue la ciudad más poderosa de Grecia, y que fue arrasada en la Primera Guerra Sagrada (donde todas las potencias griegas se unieron para dominar el centro del mundo).
Y seguí ascendiendo, hasta llegar a los últimos tramos del viejo camino, que eran ya antiguas escaleras, cubiertas de hierba.
Y llegué a Delfos.