Odiseas
Ser Odiseo es, desde siempre, la fantasía, consciente o no, confesa o no, de todo hombre. Viajas, vas a la guerra, luchas como un héroe, y todos te admiran, por la fuerza de tus brazos, por tu astucia. Eres el favorito de la ojizarca Atenea, la diosa guerrera. Vencéis gracias a un ardid ideado por ti. Arrasáis la ciudad.
Viajas de nuevo. Tienes aventuras, amantes, reyes extranjeros te agasajan. Diez años surcando el mar. Eres un héroe, una leyenda en vida.
Tu hijo, que no te conoce, al que abandonaste siendo un bebé, no sólo no te guarda rencor, sino que te admira y añora, y parte en un viaje propio para buscarte.
Y regresas a tu hogar, donde tu esposa te espera, fiel durante todos estos años, usando sus propios ardides para no traicionarte. Y tú matas a todos los que, sin siquiera lograrlo, pretendían arrebatártela, con tu poderoso arco, que sólo tú eres capaz de usar.
Tu hogar vuelve a ser tuyo, intacto. El descanso del guerrero es tuyo. La felicidad te espera.
Y tres mil años después todos, estúpidos, aún anhelamos ser el taimado Odiseo. Dañina fantasía. Pero esa es nuestra sangre, nuestros genes. Y las ciudades siguen ardiendo, y los arcos lanzando flechas.