Nostalgia del Reino

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En estos días me despido de Madrid, de este Madrid donde casi veinte años he vivido, siempre, desde el primer día, soñando con marcharme, ver el ancho mundo lejos de aquí. Es ahora que me marcho cuando me doy cuenta de lo asentado que ya estaba aquí, de como en estas décadas esta villa ha acabado por convertirse en mi hogar.

Por muchas razones, de las que no escribiré aquí, esta marcha se está haciendo mucho más difícil de lo que debería ser, agobiante hasta el punto de no dormir, no descansar, y no ser capaz de disfrutar de la ilusión de mi futuro en la vieja capital del Imperio Austrohúngaro.

Pero esa mañana, la última en que iba al trabajo que ahora dejo (en el que más infeliz he sido a lo largo de mi carrera), lo logré. Caminaba desde el metro a la oficina, escuchando música, y comenzó a sonar el Vals de las Flores, del Cascanueces. Y, por unos minutos, sentí una ligereza que no había sentido en muchos meses, lleno de ilusión. Por unos minutos, fue Tchaikovsky quien me hizo al fin entender la promesa de felicidad de esa nueva vida a la orilla del Danubio.

Paró la música, y se marchó esa ligereza (había logrado por momentos sentirme como esos bailarines que vemos en Año Nuevo correteando por el Hofburg), pero pervive su recuerdo, y eso me da fuerzas.


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